Es el preludio de algo perfecto y
lo presiento al ver las sonrisas que se dibujan en tus ojos al mirarme,
apacibles, tranquilos, cristalinos, con la calma que te da la felicidad de
estar contemplando algo que realmente has deseado durante mucho tiempo, para
terminar finalmente amándolo después de haber ahogado las esperas y de
domesticar la incertidumbre de no poder tener algo que verdaderamente quieres.
Después de habernos comprendido en la distancia de una aparente inexistencia
que ninguno de los dos podía soportar, porque los recuerdos nos insistían cada
día diciéndonos que fue real, que ocurrió y que no dejaría de existir por mucho
que dejáramos pasar el tiempo. Después de haber cruzado esa precipicio insalvable
que nos separó durante el tiempo suficiente para que pudiéramos entender que el
amor no tenía cabida más que en la mirada y en las caricias del otro.
Y es que las cosas más bonitas y
perfectas que jamás se podrán sentir solo son posibles en la inmensidad de tus
curvas y de tu suave piel y sé que nunca nadie podrá hacerme sentir que ve los
latidos de mi corazón con solo mirarme fuera de tus fronteras y de los límites
que marcan tus caricias.
Traspasaba lo físico, destruía lo
estático, se convertía en agua y nos recorría el cuerpo por dentro
atravesándonos el corazón mucho más allá de lo emocional.
Que paren el tiempo, que detengan
todos esos trastos que nos marcan las horas y los limites, que dejen de fluir
las mareas o que no vuelva a soplar el viendo, que olvidemos la poesía, que se
apaguen las estrellas o incluso que la luna salde todas sus deudas con los
mortales, no me importa… todo lo que ocurra resulta insustancial sabiendo que
estarás a mi lado.