Ayer soñé con una casa repleta de frío.
Ella estaba insuperable vestida de carmín, sobraban las
palabras.
Y él tenía una sonrisa que solo podía materializarse cuando
la miraba,
Una sonrisa que bien sabe Dios,
Podría haber sido un arma de destrucción masiva,
En otros tiempos en los que fuese el amor y no el dinero
La magia que moviese el mundo.
Encontré dos cuerpos desnudos bailando en la noche, moviendo
sus pies de manera acompasada al ritmo de los latidos que marcaba la sangre bombeada
hasta las yemas de sus dedos.
Bastaba una mirada y unos pasos de vals para recuperarse.
Se agarraban de las manos y se sostenían el uno al otro, con
el alma abierta hasta los pies.
Demostrándose que su piel unida a quemarropa era suficiente
para desafiar al frió,
Ese frió que los había separado durante tantos inviernos.
Fue la forma que tuvo el amor, en esta ocasión, de
reprocharle a los bajo cero los corazones que había roto.
La habitación se iluminaba con la tenue luz de la luna, al
menos la que las ventanas dejaban atravesar.
Y entre aquellas cuatro paredes heladas de un lugar poco
habitado, hacían frente a un frió difícil de soportar hasta para la más
valiente desnudez. Dejando que se les
helara la sangre y floreciera la piel, porque ahora solo era una.
Cosida a golpe de inviernos.
Se dejaron llevar sin que el frió les hiciera temblar,
porque se tenían el uno al otro. Era la forma que tenían de mirar con osadía
los 0ºC y manifestarse completamente vulnerables ante el termómetro, pero sin
miedos, sin más tapujos que haber perdido el miedo a no encontrarse, porque ya
el frió dejo de asustarles.
Eran dos locos que sabían amarse con miradas, que pasaron
horas bailando bajo todas las heladas, con la única mirada atenta del silencio.
Las sabanas estaban casi húmedas, pero aun podían prescindir
de la poca ropa que los amparaba…
Dos cuerpos que se conocían centímetro a centímetro, cada
recodo de su anatomía…
Cuya piel era la mejor excusa para que un simple roce
hiciera que no pudieran contener más el aliento del otro que tanto habían anhelado
en las noches frías... en las bocas de otros.
Compusieron música con los dedos, acariciándose despacio
para no desgastarse.
Regalaron con miradas a las musas la poesía, y se miraron como si el
tiempo no hubiera pasado.
Crearon arte al mecer sus cuerpos en las sombras que regala
la luna a los enamorados.
Y las noches pasaron como si fueran años, y éstos congelaron
las manecillas del reloj.
Se follaron todos los termómetros y los inviernos, se
comieron las distancias y se tragaron las nostalgias, para poder sentirse unas
primaveras más.
Rompieron todos los relojes y los quedaron reducidos a un
puñado de cristales con los que ya no tenían miedo a cortarse, porque volvían a
tener al invierno domesticado para poder curarse el uno al otro.
Y se hicieron amor, a medida para los dos, sin censuras, sin
ataduras y sin reproches, se hicieron amor en la versión más natural de ellos mismos, esa que escondían
al resto del mundo.
Y eso es algo difícil de olvidar, supongo.
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