Deje que el viejo ordenador se llevase las antiguas entradas
de blog, que guardaba en una carpeta de documentos Word. Supongo que este y un
acopio de otros pequeños acontecimientos me han permitido cerrar el ciclo, y
por fin echar la llave sin miedo a no saber dónde guardarla por si en algún
despiste la extraviaba.
Para dejarte marchar, he decidido dedicarte unas últimas
palabras, ¿por qué no? Nunca he sabido hacer las cosas de otra manera.
Quizá la gran razón de to
do esto sea el océano, poner agua
de por medio y batir las alas justo en el sentido contrario hacia a donde el
otro emprenda su vuelo, por qué la vida es un viaje y nosotros llevábamos ya
más tiempo del estipulado poniéndonos piedras en el camino para que avanzar no
nos alejara.
Ahora sé que tú también has podido cerrarme a mí, acabar con
el vicio y pensar en mis labios ya sin ganas de besarlos. Te regalo todo lo
fui, que no es poco y guardo lo que seré para el destino. Será que siempre he
tenido esa sensación clarividente para la telepatía con las personas que amo y
comprendo que por fin tú también has encontrado la paz de saber que
verdaderamente mis brazos ya no pueden abarcarte en ningún intento de amar.
Me sorprendo al descubrir las nuevas sensaciones que me
causan tus fotos, sigues estando tan guapo como de costumbre y yo me imagino
que alguna chica bonita sostuvo la cámara que disparo la foto que ahora usas de
perfil, seguramente la habrías invitado a comer y probablemente después del
vino le hicieras el amor sujetándola con tus mágicas manos que hace tiempo que
no me sujetan a mí y ya no me duele saberlo, la furia me abandono, llego la
bendición que me hace pensar; vamos hazla volar como tantas veces me hiciste a
mi elevar los pies del suelo, hazla comprender que la suerte se esconde en tus
pupilas, como yo tantas veces la pude ver cuando me mirabas.
Y sobre todo, no
desplumes sus alas para que pueda decidir que llegar volando hasta tu alma es
un milagro. Y enséñale nuestro lenguaje manual, te aseguro que entonces no
querrá volver a desplegar sus alas para marcharse de tu lado.
Gracias por todo lo que apostaste para no perderme en
nuestro juego, y gracias por permitirme madurar un poquito más, porque dicen
que poder sonreír a aquella persona que una vez te hizo daño, es crecer.
Deja que la chica bonita te enseñe a volar, que te enseñe el mundo, como yo nunca
supe hacerlo, porque me resigne a descoser mis alas para que nunca fueran el
motivo que te hiciera sangrar, sin darme cuenta que estaba cometiendo el error
que probablemente nos haya roto al no permitirte que amaras mis alas como la
mejor de mis virtudes.
Y dile a la chica bonita que nunca me tenga celos, que soy
yo la que siempre envidiare su suerte, hazla entender lo que fuimos y
comprender que si yo no hubiera pasado por tu vida de esa forma tan caótica
nunca habrías podido amarla a ella.
Cuídala y déjate cuidar.
Ahora te dejo marchar, sin el dolor que suponen las siluetas
que se difuminan a lo lejos del camino, sin el dolor que provoca la
incertidumbre de no saber si algo se acaba o continua, porque como ya te he
dicho que te dejo marchar, sabiendo que nuestros días tenían una enorme
necesidad de terminarse. Te dejo marchar con la sensación eufórica de que cada
final es un nuevo comienzo.
Adiós amigo (y en esta ocasión te aseguro que la palabra
amigo contiene todo el amor con el que siempre voy a recordarte)
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