He leído tanto que se me
han secado los ojos,
Y a pesar de las escarcha
en mis pestañas,
Sigo devorando poesía,
Aunque no sea la que
debería.
Soy consciente de que en algún
momento de mi desequilibrada vida
Tendré que aprender a
dejar de leer poetas de bragueta y
Embarcarme en algo más
serio,
Que sería algo así como
encontrar el origen de todos los poemas
En forma de materia prima
Y hacerlo poesía con
ayuda de las musas,
Esto es una obviedad.
Lo que quiero es una musa
Con la que destrozar
sonetos y ahogar metáfora,
Porque después de ella
todo verso carezca de sentido.
Algo así tuve una vez, pongámosle
género masculino
E invoquemos a la
perfección para hablar de él.
Adonis, llamarlo x, si os apetece.
Entonces los poemas
rebosaban vandalismo emocional
Y dibujaban grafitis en forma de cupido
en
todas las esquinas
Declarando la guerra a la
tristeza.
Cualquier estación de
tren era el escenario adecuado
Para dedicarle unos
halagos
que gritaran a los cuatro
vientos mi amor (valga la redundancia).
Porque escribir sin inspiración
-es como- el que arrastra
Por la calle una correa
Que no esclaviza a ningún
perro.
El problema que tenía con
Adonis
Es que éramos incapaces
de besarnos sin hacernos sangrar
Y nos volvimos adictos a
la sangre, dependientes.
Esto era muy triste,
porque, a partir de aquel momento
Nos enamoraba cualquier
pretexto
Para romper al otro un poquito
mas
Y saciar la sed de psicópatas
Que nos poseía cada vez
con más asiduidad.
Esto era lo fácil, lo
jodido era cuando teníamos que curarnos
Saber parar a tiempo la hemorragia
Para que la vida no se
desvaneciera.
Porque en el fondo nos amábamos
lo suficiente
Como para lamentar más la
muerte del otro
Que la abstinencia.
Y el problema se volvió de
unas dimensiones insalvables.
Porque ya no podíamos evitar
vivir con el miedo
A perdernos, y que esa pérdida fuera causada por nosotros.
Y mucho menos podíamos vivir
tampoco sin abrirnos
(las heridas) y cerrarnos
(con sobredosis) las venas
a base de sexo.
Porque estábamos convencidos
de que el amor era sufrir.
Y ahora que podría
afirmar que tengo
Todo lo que siempre soñé
Caigo en la cuenta;
Un adicto es un enfermo, y
nunca deja de serlo
Por vasto tiempo que
permanezca en la abstinencia.
Cada vez con menos frecuencia,
Mis instintos me suplican una dosis.
Lo siguen haciendo.
Pero el recuerdo de tus
labios sangrando,
Tus ojos atravesando mi
alma
Y tus manos sujetándome fuerte
Sigue siendo demasiado nítido.
“Nunca se olvida del todo, sencillamente se
aprende a vivir sin que esos recuerdos te arruinen por dentro”