lunes, 2 de marzo de 2015

El sexo de la sangre

He leído tanto que se me han secado los ojos,
Y a pesar de las escarcha en mis pestañas,
Sigo devorando poesía,
Aunque no sea la que debería.
Soy consciente de que en algún momento de mi desequilibrada vida
Tendré que aprender a dejar de leer poetas de bragueta y
Embarcarme en algo más serio,
Que sería algo así como encontrar el origen de todos los poemas
En forma de materia prima
Y hacerlo poesía con ayuda de las musas,
Esto es una obviedad.
Lo que quiero es una musa
Con la que destrozar sonetos y ahogar metáfora,
Porque después de ella todo verso carezca de sentido.
Algo así tuve una vez, pongámosle género masculino
E invoquemos a la perfección para hablar de él.
Adonis, llamarlo x, si os apetece.
Entonces los poemas rebosaban vandalismo emocional
Y dibujaban grafitis  en forma de cupido 
en todas las esquinas
Declarando la guerra a la tristeza.
Cualquier estación de tren era el escenario adecuado
Para dedicarle unos halagos
que gritaran a los cuatro vientos mi amor (valga la redundancia).
Porque escribir sin inspiración
-es como- el que arrastra
Por la calle una correa
Que no esclaviza a ningún perro.
El problema que tenía con Adonis
Es que éramos incapaces de besarnos sin hacernos sangrar
Y nos volvimos adictos a la sangre, dependientes.
Esto era muy triste, porque, a partir de aquel momento
Nos enamoraba cualquier pretexto
Para romper al otro un poquito mas
Y saciar la sed de psicópatas
Que nos poseía cada vez con más asiduidad.
Esto era lo fácil, lo jodido era cuando teníamos que curarnos
Saber parar a tiempo la hemorragia
Para que la vida no se desvaneciera.
Porque en el fondo nos amábamos lo suficiente
Como para lamentar más la muerte del otro
Que la abstinencia.
Y el problema se volvió de unas dimensiones insalvables.
Porque ya no podíamos evitar vivir con el miedo
A perdernos, y que esa pérdida fuera causada por nosotros.
Y mucho menos podíamos vivir tampoco sin abrirnos
(las heridas) y cerrarnos (con sobredosis) las venas
a base de sexo.
Porque estábamos convencidos de que el amor era sufrir.
Y ahora que podría afirmar que tengo
Todo lo que siempre soñé
Caigo en la cuenta;
Un adicto es un enfermo, y nunca deja de serlo
Por vasto tiempo que permanezca en la abstinencia.
Cada vez con menos frecuencia,
Mis instintos me suplican una dosis.
Lo siguen haciendo.
Pero el recuerdo de tus labios sangrando,
Tus ojos atravesando mi alma
Y tus manos sujetándome fuerte
Sigue siendo demasiado nítido.

“Nunca se olvida del todo, sencillamente se aprende a vivir sin que esos recuerdos te arruinen por dentro”