lunes, 23 de enero de 2012

Recuperado del olvido.

Me encantaría poder vivir en tu cama, escondida entre la ternura de tus sábanas, en ese mundo desconocido, inmersa en la infinidad de tus ojos.
Tu cama es una puerta hacía un mundo secreto, donde solo tu cálido aroma consigue penetrar en mis pulmones, haciendo vibrar mi alma, provocando un estado de éxtasis en mi mente.
Tu cuerpo irradia una tenue luz, suficientemente intensa para vislumbrar cada detalle que lo perfecciona. Al caminar por cada centímetro de tu suave piel el camino se vuelve fácil y las ligeras curvas lo hacen excitante, una senda por la cual podría caminar durante toda mi vida.
Tus piernas se enredan en mi cuerpo y tu lengua en mis labios, y entonces logras que tu esencia forme parte de mi ser y me das vida.
Mi alma emprende un viaje hacia el exterior, se expande, se libera, ocupando hasta el más inhóspito rincón de mi cuerpo, esperando esa gran explosión de sensaciones, que me hace reír y a la vez llorar, pero sobre todo me hace sentir la única mujer amada en un mundo de guerra.
Tu cama es ese lugar en el cual el sentido de la vida se torna de un color superfluo, apenas visible, un lugar en el cual mi alma se siente libre y tu presencia me da la paz de la que carece el resto del mundo

domingo, 8 de enero de 2012

Mamá.

Era poesía envuelta en corteza de sauce y roble, fuerte y robusta, ligeramente impermeable ante los contratiempos; las lluvias, el sol abrasador, resistía incluso las heladas y los largos periodos de sequía. Pero estaba desgastada y dolorida, envejecida por el paso de los duros y arduos años que la azotaban, quedando grabados en su piel y en su memoria.
Pero a pesar de todo seguía siendo poesía pura, esencia de belleza, hermosa como el amanecer más bello, una poesía dura, inquebrantable, amainada por los suaves vientos de las alegrías y los días repletos de sol.
Y en su interior crema de sabia, dulce como el azúcar, tan frágil como las alas de una libélula, protegida por su gruesa corteza. La crema que recorría su cuerpo, que la hacía un ser recónditamente bello y este untuoso líquido era el que curaba sus heridas, emanando así de ellas las palabras que la componían, sangre en forma de efímeros versos que dejaban su alma al descubierto, la definición de un ser sublime.

Alucinación.

Odiaba sus manos por ser ásperas como el esparto, fuertes, ávidas de sensibilidad, pero no podía evitar perder el control cuando éstas recorrían mi cuerpo, la manera tan profunda e intensa en la que lo hacía, buscando en mi toda esa dulzura que anhelaban. Odiaba sus ojos, al no poder entender que a pesar de estar tan vacios, tan ausentes de sensaciones, a veces pudieran transmitirme tanto como me transmitían. Odiaba su voz grave y tosca, pero amaba sentir su aliento sobre mi piel.
De forma comedida debo confesar que no es el hombre de mis sueños, si no que es justo lo contrario.