lunes, 20 de octubre de 2014

El trance

Podría haber dado la vida por ti, dejándome los huevos en el intento o podría haber malvendido mis ojeras a cambio de un amor enturbiado, impregnado de sexo y lágrimas, porque hay pasiones tan fuertes que también hacen llorar. Y supongo que podría haber malgastado las pocas estrellas que aún nos amparaban en un ridículo intento de camuflar el olor a roto, que brotaba de cada poro de tu piel… tu piel.
Imagino que cambie todo eso por el trance que ahora atravieso, el transcurso de los días en los que voy aprendiendo (again) a vivir con la conexión cancelada a tus labios. El paso de las horas en las que intento construir de cero, partiendo de unos cimientos putrefactos que no han conseguido olvidarte. Que hipocresía querer sembrar algo nuevo sobre un terreno al que no has dejado el tiempo reglamentario de barbecho, para que tenga la oportunidad de regenerarse. Serán las ganas que me han ahogado últimamente de hacerte desaparecer del mapa de mi experiencia. Serán tus ojos, quizá tus manos…
Este es un viaje sin retorno y con secuela, un mella donde podría guardarse una piedra del tamaño de un ratón, el vacío tóxico que dejo el eco de tus besos que me contamina al tocar cualquier otro cuerpo que no sea el tuyo… tu cuerpo. Un vacío sobre el que va creciendo una gruesa capa de cicatrices que ahora nadie puede ver, porque mi propia mirada las esconde.
Y en el extrarradio de esta jodida cloaca a la que llamo conciencia, habitan unos pequeños hombrecillos que dedican sus días a beber como cosacos, masturbarse sin manos y fumar tabaco con sabor a analgésico, mientras construyen de manera desordenada y caótica este nuevo comienzo del que no desapareces.

Con todo esto y alguna que otra alusión a las manifestaciones que organizan las hormigas en mi estómago al verte en fotos,  he dejado de creer en las despedidas y la palabra “adiós” ha desaparecido de mi vocabulario por unanimidad. Pues el trance me ha convencido de que nunca podrás decir adiós a la persona que descubrió tu más sincera y vulnerable desnudez, y con más o menos frecuencia vas a verle en tus recuerdos, en tus sueños y en las pesadillas también, vas a tenerle siempre presente en tus expectativas y en todos los tíos que se peguen una hostia al intentar enamorarte. Y pasara mucho tiempo hasta que dejes de recordar su manera de caminar o la forma en que te miraba, sus gestos, la absurda tontería que le hacía sonreír y también los monstruos que le hacían temblar, porque te esforzaste demasiadas horas en intentar ahuyentarlos… Y no pretendas que otros te hagan sentir como lo hacía el, porque la realidad puede joderte muy adentro.