lunes, 21 de noviembre de 2011

Media noche en París.

Y ¿Cuándo hace el amor con ella siente una pasión bonita y veraz? Y al menos en ese momento pierde el miedo a la muerte. Creo que el amor que es veraz y real crea una tregua con la muerte. La cobardía viene de no amar o no amar bien, que es lo mismo. Y cuando el hombre que es valiente y veraz mira cara a cara a la muerte, como cazadores de rinocerontes que yo conozco o Belmonte que es valiente de verdad, como aman con suficiente pasión apartan a la muerte de su mente hasta que vuelve como hace con todos los hombres y es hora de hacer el amor de verdad.  Ernest Hemingway

Te miro y tiemblo.

Él la estrechó entre sus brazos. Era aquel insólito lugar, del que nadie podría intuir todo lo que a ellos les hacia revivir, lo que les transmitía. Ese lugar en el que sus cuerpos los impregnaban todo de magia, cuando el tacto cálido y suave de sus pieles se rozaba. Era ese lugar del que nadie podría sospechar jamás.
Él le dio un tierno beso en la frente, tras lo cual aproximó la boca hasta su oído, y cuando ella pudo oír su respiración, le susurro: ¿Cuánto de menos habías echado esto? Ella se quedo perpleja (no esperaba esa pregunta) sin saber que responder, pero sin dejar de abrazarle, se acerco a sus labios y le dio un beso húmedo y dulce, entonces él dijo: dormir. Ella supo perfectamente que la pregunta era muy clara, aunque él hubiese querido camuflarla con sus habituales estupideces lingüísticas, por la tardanza de su respuesta.
Entonces ella le miró y simplemente dijo: mucho. Y fue cuando él supo que ella jamás echaría de menos algo ten insignificante como dormir teniéndolo a él a su lado.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Un ser tan especial

Era una de esas noches frías y dormía aferrado a ella, el mayor tesoro del mundo. La madrugada me despertó impregnado de su llanto, aunque casi silencioso, pude sentir su dolor. Estaba sentada en la cama, rompiéndose en mil pedazos, a su alrededor una enorme mancha de esa sustancia que a su parecer la hacía invulnerable, emanaba por todo su cuerpo, aunque en realidad no era más que una ingenua invención de su frágil interior. La rodeé con mis brazos, haciendo un esfuerzo por canalizar su sufrimiento hasta mis entrañas, pero egoístamente, eso era algo que jamás compartía. Permanecía inmóvil, impasible, permitiendo que aquella valentía líquida se derramara. De forma inerte se posó en mi pecho, entonces sentí como iba perdiendo con cada lágrima, esa bella esencia que la definía. Su intenso dolor necesitaba una tregua, y se dejaba conquistar por el sueño, sus ojos ya no escondían nada que le negara descansar, comenzaba a respirar despacio, hasta que se rinde ante su locura. Esas noches, cuando ella vuelve a dormir, inevitablemente yo no consigo hacerlo, mi incesante necesidad por intentar reconstruir cada pedacito de su ser, me mantiene despierto hasta que amanece.