sábado, 19 de noviembre de 2011

Un ser tan especial

Era una de esas noches frías y dormía aferrado a ella, el mayor tesoro del mundo. La madrugada me despertó impregnado de su llanto, aunque casi silencioso, pude sentir su dolor. Estaba sentada en la cama, rompiéndose en mil pedazos, a su alrededor una enorme mancha de esa sustancia que a su parecer la hacía invulnerable, emanaba por todo su cuerpo, aunque en realidad no era más que una ingenua invención de su frágil interior. La rodeé con mis brazos, haciendo un esfuerzo por canalizar su sufrimiento hasta mis entrañas, pero egoístamente, eso era algo que jamás compartía. Permanecía inmóvil, impasible, permitiendo que aquella valentía líquida se derramara. De forma inerte se posó en mi pecho, entonces sentí como iba perdiendo con cada lágrima, esa bella esencia que la definía. Su intenso dolor necesitaba una tregua, y se dejaba conquistar por el sueño, sus ojos ya no escondían nada que le negara descansar, comenzaba a respirar despacio, hasta que se rinde ante su locura. Esas noches, cuando ella vuelve a dormir, inevitablemente yo no consigo hacerlo, mi incesante necesidad por intentar reconstruir cada pedacito de su ser, me mantiene despierto hasta que amanece.  

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