viernes, 23 de diciembre de 2011

Se sintió una estrella, la más grande y brillante de aquel lugar. Un enjambre de flases y halagos la deslumbraron. Sus ojos se convirtieron en lujosos luceros que alumbraban aquella majestuosa alfombra roja de cine. Las más altas castas de la sociedad se arrodillaron ante ella, la alabaron, besaron cada centímetro de asfalto que ella pisaba, la condujeron hacia lo más alto, lo más hermoso, allí donde el mundo es un mero instrumento para saber que sigues siendo grandiosa, que hasta ese desorbitado pedazo de tierra se rendiría ante tus pasos. Su ingenua inexperiencia la sumergió en un baño de coca y alcohol, sexo, nicotina y toda aquella sustancia que la hiciese sentir, algo imposible, más bella y amada de lo que ya era.
Al final de su carrera, de la cual solo recordaba de una forma completamente lucida su corta infancia, apenas podía mantener el equilibrio sobre los vertiginosos centímetros de tacón que la convirtieron en diva. Y entonces se sintió vacía, era incapaz de encontrar en su abrumada memoria cualquier recuerdo que la hiciera sentirse feliz. Como un ser inútil, sintió la ausencia de todo aquello que no había aportado al mundo, excepto horas y horas de cinta cinematográfica, no había nada que después de tantos años la hiciese sentirse orgullosa de sí misma.
En pocos años quedo relegada a escasos documentales sobre su vida y la época en la que vivió, a fotos de aquellos dorados años de fama y a icono del cine, una efímera apariencia que le destrozo la vida, la dejo vacía y convirtió su alma en gas, un gas letal que fue transportado por su sangre contaminando todo su cuerpo… La consumió poco a poco, pero a ella le consoló pensar que sería la muerte más dulce de la historia, muere joven y deja un bonito cadáver y ese fue su último pensamiento que invadió su mente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario