domingo, 8 de enero de 2012

Mamá.

Era poesía envuelta en corteza de sauce y roble, fuerte y robusta, ligeramente impermeable ante los contratiempos; las lluvias, el sol abrasador, resistía incluso las heladas y los largos periodos de sequía. Pero estaba desgastada y dolorida, envejecida por el paso de los duros y arduos años que la azotaban, quedando grabados en su piel y en su memoria.
Pero a pesar de todo seguía siendo poesía pura, esencia de belleza, hermosa como el amanecer más bello, una poesía dura, inquebrantable, amainada por los suaves vientos de las alegrías y los días repletos de sol.
Y en su interior crema de sabia, dulce como el azúcar, tan frágil como las alas de una libélula, protegida por su gruesa corteza. La crema que recorría su cuerpo, que la hacía un ser recónditamente bello y este untuoso líquido era el que curaba sus heridas, emanando así de ellas las palabras que la componían, sangre en forma de efímeros versos que dejaban su alma al descubierto, la definición de un ser sublime.

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