domingo, 8 de enero de 2012

Alucinación.

Odiaba sus manos por ser ásperas como el esparto, fuertes, ávidas de sensibilidad, pero no podía evitar perder el control cuando éstas recorrían mi cuerpo, la manera tan profunda e intensa en la que lo hacía, buscando en mi toda esa dulzura que anhelaban. Odiaba sus ojos, al no poder entender que a pesar de estar tan vacios, tan ausentes de sensaciones, a veces pudieran transmitirme tanto como me transmitían. Odiaba su voz grave y tosca, pero amaba sentir su aliento sobre mi piel.
De forma comedida debo confesar que no es el hombre de mis sueños, si no que es justo lo contrario.

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