domingo, 10 de noviembre de 2013

Después de ti y toda esa mierda.

¿Qué te crees que no lo sé? A ti no te importan los kilómetros, ni los días… lo quieres y punto, por encima de todo, incluso de ti misma y de tu propia dignidad.  Y te rompes cada día con cada pensamiento de ilusión en sus brazos, te desgastas con la desidia de cada recuerdo feliz. Te consumes en cada intento, en cada espera, en cada estación y en cada copa de vino esperando que el aparezca para decirte que ya no tienes que esperarle más, que voléis juntos a algún lugar donde las penas y el rencor se lo hayan comido los perros rabiosos del pasado y la agonía.   Vives sin vivir soñando con pasar junto a él el resto de tu vida. Has dejado de amarle por las ganas para terminar amándolo por inercia inexplicable y funambulesca, la inercia de haber aprendido que no vale la pena malgastar tu amor en otros labios, porque ninguno son como los suyos, la misma inercia de amarle cada vez que alguien te toca y no lo hace como el, esa inercia que ya no te deja avanzar por la lógica aplastante de que no sean sus ojos los que te miren ni su piel la que te haga el amor.  Y ahí estas tu, joven, alocada y con tu manía de reír por cualquier cosa a carcajadas, sin miedo a la vida, con muchas derrotas a tu espalda, pero obligada a amarle para siempre, por la inercia de verlo en cada mirada, en cada pequeño gesto, en una infinidad de situaciones, en todas las canciones, en todas las cervezas y en todos los perros babosos. Condenada…

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