lunes, 6 de febrero de 2012

Desvarios múltiples.

¿Qué estaba ocurriendo? Contempló sus manos una vez más ratificando que, en efecto estaban llenas de sangre, una sangre tan roja y espesa que quemaba sus dedos y éstos temblorosos, se empapaban del tacto tan extraordinario de aquel líquido.
Intento desarrollar su olfato como jamás lo hubiera hecho, abrir sus fosas nasales y exhalar aire, reconociendo cualquier aroma que permaneciera en el ambiente. Y lo consiguió, su cavidad nasal se lleno de un fuerte olor a hierro oxidado, un óxido cálido, como si hubieran abierto un horno lleno de trozos de metal impregnados de agua. Toco todo su cuerpo, repasándolo al milímetro, pero no encontró ningún orificio suficientemente grande por el cual pudiera emanar sangre, pero sus manos seguían estando ardiendo y sus dedos temblaban sin ningún control.
Observo la habitación, todo estaba en orden, tan solo aquella presencia  extraña llamo su atención, era su figura, permanecía sentado apaciblemente en un silla, parecía sosegado. Mirándola sin pestañear, expectante, como esperando que ocurriera algo.
Entonces sus ojos hambrientos de sangre penetraron abriendo irreversiblemente aquellas heridas aparentemente invisibles, que yacían bajo sus manos y comenzó a brotar toda la sangre contenida en su cuerpo.
Ella se dejo caer.
Entendiéndolo todo en aquellos últimos instantes.
 Él la había obligado, había poseído su mente, apoderándose así de su cuerpo, como en tantas otras ocasiones anteriores, pero ella comprendió que ésta era la definitiva, que él le había apagado la luz del mundo porque solo deseaba una profunda oscuridad para sus ojos.
Pensó en gritar o en matarle, pero era más sencillo permanecer inmóvil, permitir que el mundo se detuviese y desapareciendo en el abismo, porque así todo terminaría, sería el final.
Su sonrisa de satisfacción, que sugería la felicidad causada por el triunfo de sus obsesiones.
La paz de su alma ensangrentada.

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