martes, 28 de febrero de 2012

Quedó al descuvierto.

La coraza se rompió… No sabes con exactitud, si se rompió sola, por el aplomo de su propio desgaste o si por el contrario alguien la estuvo golpeando hasta terminar hastiándola.
Pero te sientes inquieta, llena de temor y de inconmensurable furia.
La única ventaja tangible a tu rabia contenida, se halla en el sencillo hecho de que ahora, una vez rota esa coraza, y después de ese acto que te ha hecho perder completamente el control de tus cuadriculados planes, es que puedes tocar la carne inconsistente, se te antoja vulnerable y completamente dúctil a un objeto cortante que puedas manipular.
Hediendo en ella tu agresiva indignación, le provocas una herida profunda y extensa, la abres tirando con las manos de cada extremo, te asomas y  encuentras una cavidad repleta de aquel órgano palpitante que controla y articula, (cohibiendo la lógica y la razón) todos y cada uno de tus actos. Desprende un calor muy húmedo y su actitud te resulta insolente y provocadora.  
Sin el más mínimo ápice de dulzura o delicadeza lo sacas, lo arrancas de su nicho natural. Lo sostienes entre tus manos y lo odias por quemarte la piel, porque a pesar de haberlo arrebatado de su guarida, aun conserva el calor.
No lo puedes controlar ni un segundo más, la ira se apodera de ti y lo aprietas, lo estrangulas entre tus dedos, exprimiendo todas las fuerzas que te quedan, hasta que el calor se desvanece, se disipa. Te sientes exhausta, notas como cada músculo de tu cuerpo va perdiendo poco a poco la capacidad de contraerse, debido al gran esfuerzo realizado. Te quedas relajada y tus manos dejan caer ese pedazo de carne reducida a materia inerte, carente de vida.
Lo contemplas en el suelo, llorando las últimas gotas de sangre que lo mantenían con vida. Mirándolo fijamente, le preguntas ¿Por qué? Le escupes reproches y le pides tan solo una, una explicación que te haga entender porque se empeño en amar todo aquello que era ilógico, incongruente, irracional… ¿Por qué?
Pero ahora te sientes libre, vacía, satisfactoriamente hueca, capacitada para seguir con tus inamovibles planes, para permanecer al lado de eso que da algún sentido a tus días, con la certeza de que ya no habrá inesperados y molestos sentimentalismos que te entretengan y que nadie jamás podrá herirte.

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